Como tengo
vocación de water party, he esperado
a que la saquen de cartelera para opinar. Luego de ver “La última tarde” (Perú,
2017), más que por convicción por presión de amigos cercanos, quienes decían
que era buenísima, quedé muy poco convencido de que esta película haya sido un
quiebre del Toronja State of Mind. Más allá de la forma de narrar, quiero decir,
me parece una peligrosa naturalización de la desmemoria y del arte al servicio
del “baño en el estatus”, esa idea que Geertz rescata de Goffman, y que nunca
pasa de moda (lamentablemente).
En
primer lugar, para ser una película basada en diálogos, hay demasiada “incidentalidad”
en la puesta en escena. Se me viene a la mente la turca “Sueño de invierno” (Kış
Uykusu, 2014), de Nuri Bilge Ceylan, que duraba tres horas y pico y en la que
no pasaba nada más que diálogos, pero
estos hacían avanzar la historia como una locomotora desbocada porque todo,
absolutamente todo, desde el color de la taza de café hasta el zapato
desamarrado del antagonista, estaba al servicio de la historia. Y claro, el
guión era a prueba de bombas nucleares.
Hacen lo que pueden con un guion flojísimo. |
En
segundo lugar, es verdad que se trata de un acercamiento desapasionado a los
protagonistas del conflicto armado. Pero tal vez demasiado desapasionado,
porque estoy seguro que si cambiaban en la historia el haber pertenecido al
MRTA y lo reemplazaban por haber sido vendedores de Fuxion, no afectaba nada de
lo que efectivamente muestra la película. Ambos actores son geniales pero no
pueden inventarse lo que no saben o no tienen. Lucho Cáceres hace lo que puede
con un personaje más plano que su peinado, y Katerina D'Onofrio hace milagros
con el texto que le dieron: uno al final se la cree. También es mérito de la
dirección de actores, dígase de paso. Pero lo que está flojísimo es el guion.
Un hombre
de pueblo se casa con una pituca. Ese leit
motiv mueve montañas desde Pinglo hasta Tongo, y no deja de ser una aproximación
machista y poco feliz. ¿Y si el pituco hubiese sido él? No, demasiado rompe
esquemas, nadie podría tragarse eso. ¿A nadie le jodió la obvia naturalización
de los roles de género en la historia? ¿Qué cambiaba si ella no hubiese
abortado? ¿Qué cambiaba si ella no hubiese traicionado a nadie? ¿No se dan
cuenta que la cinta fluye y convence a la mayoría, porque muestra lo que
quieren ver? Amigas feministas y amigos sociólogos, ¡esto es un mansplaining con variantes de violencia epistémica
a la cara!
En
tercer lugar, no por eso menos importante, me llama la atención que los
académicos que conozco y respeto, le revienten tanto cohete a una historia que
aborda el conflicto armado de forma tan superficial. Nada, absolutamente nada
la hace específica de Perú. Podían estar hablando de la guerra en Siria
caminando por las calles de París, o con un par de ajustaditas podrían ser
Panteras Negras caminando por Nueva York. O, qué sé yo, ser sobrevivientes del
Armagedón. En la línea más consecuente del senderismo duro: es un relato
ahistórico y acultural. Y eso, señores y señoras y señorxs, ¡ES PELIGROSO!
Claro,
se vende como un producto no comercial y por eso debe haber gustado a la
fuerza. Como tiene una empaquetadura más
o menos culturosa, seriona, a diferencia de las películas abiertamente
comerciales que se vienen produciendo y estrenando en nuestro país, la gente se
tragó el cuento. Es como si a Paulo Coelho lo vistieran con un tuxedo y lo pusieran a hablar de psicomagia en una chocolatada navideña pro niños de x y z albergue. Así de agresiva veo la cosa.
Me
resulta mucho más orgánica la estupidez desmemoriada de “Avenida Larco” o de “Asu
mare” que la sucesión de poses sin sentido de “La última tarde”. ¡Y eso que el
guion ganó no sé cuántos premios!
Y ya,
para acabar, en cuarto lugar “La última tarde” no deja de ser una aproximación
vertical dizque académica y open mind
a nuestro pasado más doloroso. Más light que el disco Chill Out de Bossa & Rolling Stones. Por eso mismo, antes que un aporte a la memoria
colectiva resulta una ofensa para las víctimas del conflicto. E, insisto, eso
es peligroso.
(Mención aparte: ¿no se les ha ocurrido problematizar el perfil fenotípico de los actores peruanos?)
Julio Andrade
tiene razón: hay quienes se la llevan fácil. Sobre todo si saben cuál es la
pose que convence a la mayoría.
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