lunes, 14 de noviembre de 2016

Café, literatura y capitalismo

The Coffee TraderThe Coffee Trader by David Liss
My rating: 3 of 5 stars

"El mercader de café" es un best seller en toda la extensión del término: se deja leer, fluye, atrapa, manipula, afecta y, especialmente, retribuye. Hasta ahí, nada nuevo. Salvo que está muy bien escrito y, si bien no pretende descubrir la pólvora, al menos no la malgasta. La vida y la obra de Miguel Lienzo en medio de Amsterdam en pleno siglo XVII, tanto la amorosa como la económica, van bastante bien equilibradas entre la descripción de sus acciones y la profundidad de sus pensamientos, que se revelan más bien dependientes de imposiciones morales que abraza sin pretender comprenderlas, acaso sí cuestionar tímidamente. La trama pasa de jaloneos por saldar cuentas de orgullo, de ética y de dinero a convertirse en un análisis soterrado de pulsiones reprimidas y de las falsedades religiosas, tanto del judaísmo como del catolicismo. Finalmente, y esto para nada es adelantar el final —toda vez que el mismo está cantado desde el compás inicial—, Miguel Lienzo consigue todo aquello que desea, no lo que aspira sino más bien aquello que moralmente se permite a sí mismo. Lo cual no es poco.

El libro, que es bueno y se deja leer, peca de escaso rigor histórico, pues a la avalancha de datos objetivos buena compañía le hubiese hecho un acercamiento tan siquiera ligero sobre las condiciones culturales y sociales que hicieron posible que el capitalismo tome su actual forma poco agraciada. A las biografías y estudios consignados como bibliografía debió sumarle un Durkheim, por ejemplo, o un Marx para tal caso. Pero es un best seller estadounidense, y ya bastante tiene con no ser un machacón vehículo de colonialismo cultural como para ser un vehículo de reflexión. La reflexión no vende y este libro es como el café del que versa: un negocio redondo, más nada.

Pocas novelas manejan tan bien los mismos tópicos clichés de siempre (judíos, católicos, europeos; españoles, holandeses, portugueses) y refuerzan estereotipos (étnicos y de género, por ejemplo) de tal manera que cuenten con la complicidad del lector para dejarlos pasar por alto sin hacer mala sangre y continuar con la lectura. En eso, el autor es tan consciente como culpable, a tal grado que, como hace en las últimas páginas en relación con la historia que narra, deja entrever hacia el final de la obra los mecanismos narrativos con los cuales consiguió atrapar la atención de quien llegó junto con él al último puerto, nunca mejor dicho. Solo que, a diferencia de otros libros, aquí la manipulación no fue burda ni pretendió aleccionar moralmente a nadie, así que se tiene todo más por un logro personal (el suyo, escribir algo que se desee leer) que por uno mucho más cuestionable y colectivo. Si vender libros lo hace feliz y de eso vive, pues que a la par de su protagonista, lo siga haciendo sin comprometer a nada ni a nadie más. Que eso, entiendo, es parte importante de la buena literatura.


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(Regalito aquí)

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